Los siete pecados capitales

8 dibujos, 1977, colección particular, textos de J. Rey de Sola

La humanidad es los siete pecados capitales y su lucha o vencimiento o más generalmente fracaso. Sin su glosa, no habría arte: holgarían el teatro, la novela, el pincel de los artistas... Los pecados capitales trepan sobre el perfil del hombre, como hace la vid sobre la estaca. ¡Los pecados capitales tienen dificilísimo remedio!

 Los siete pecados capitales
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LA SOBERBIA

Desde que el hombre se levantó sobre sus patas, tiende a resaltar su fatuidad engalanándose. Las medallas, sobre todo las falsamente merecidas -algunos aseguran que son la mayoría-, dicen las malas lenguas que se inventaron para subrayar esta característica jocosa. Soberbia, no se olvide, es el impenitente pecado de los otros.

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LA PEREZA

Se la retrata en su gordura crasa, recostada sobre el fruto del trabajo de los hombres. En ocasiones, puede ser descanso bien ganado, después de arduo trabajo. Hay una pereza buena y una mala. Aunque, para qué engañarnos, predomina la peor, que el es aguijón en negativo del noble y desgraciado impulso que recibió Adán en el Edén. ¡La pereza es, en realidad, una blasfemia!

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LA LUJURIA

La lujuria tiende a no censurarse demasiado. Doctores tiene el pueblo que así lo dictaminan. También se debe asegurar su tangente perfil con lo ridículo, su acusada iconografía charcutera y la necesidad, casi física, de que venga el demonio de las consejas de la abuela a pinchar con su tridente las carnes pecadoras. La lujuria -esto no habrá quien nos lo niegue- también es atentado contra los puntos cardinales.

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LA AVARICIA

La avaricia rompe el saco, confunde y aleja la verdadera perspectiva y, al final, deja a sus esclavos igualmente pobres. Porque pobre, sin solución y sin remedio, es el avariento. ¡Una luna de muerte gravita sobre quien se pasa la noche contando las monedas!

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LA GULA

La gula es atavismo de la bestia antes de que ésta recibiera la luz de la razón. También es la vanguardia en falanges ordenadas del demonio, el enemigo tradicional del hombre. Es vicio pobre y tiene aire de pueblo miserable, de fétida taberna, de casa vieja y rancia. No es inclinación gallarda, y hace trabajar la maquinaria entre vapores.

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LA IRA

La ira acontece de repente, muchas veces fraguada en el horno encendido, aunque sin llama, del corazón largamente atribulado. Tiene, cuando finaliza, un algo de perplejidad contemplando los destrozos que, en no raras ocasiones, trazan su frontera con el crimen, en su acepción de muerte de hombres. Hay ira santa, pero son las menos.

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LA ENVIDIA

La envidia jamás tiene reposo y es alacrán que, con su picada, engorda la lengua de quien padece semejante lacra. Es el vicio menos susceptible de contarse. Cuenta el rumor que lo inventaron en España, donde arraigó -insisten- de por vida. La envidia vuelve enjutas las facciones y, bajo la húmeda umbría de su manto, cría hongos y venenosas sabandijas. ¡El envidioso llama a voces a la parca!

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