Muchachas de Cuenca

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1950 - Aguafuerte, aguatinta y graneador 320 X 497

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Las muchachas de Cuenca son de tres en tres. Las muchachas de Cuenca se asoman de tres en tres a la ventana. Las muchachas de Cuenca son hermanas. Aguardan a su príncipe azul en su caballo blanco. Sólo que no es príncipe, ni tiene sangre azul y tampoco posee alba montura; todo lo más, su coche de viajante con el que recorre la comarca. Un día, estando de paso en la ciudad, se alojó en la casa. Rivalizaron en agasajarle las hermanas. Las dos que se atalayan indagaron sus preferencias en la mesa. Lo sirvieron, lo mimaron. Se embelesaron con su fluida conversación llena de anécdotas. La que se sitúa de perfil –es la mayor– se mostró esquiva. Respondió a su interés con monosílabos. Trasteó mucho tiempo en la cocina. Pero no perdió palabra. Llegó la noche con su manto tupido de luceros. El hombre, cortés, ameno, escrupuloso, con los pómulos ligeramente encendidos por el vino, fue conducido al cuarto de invitados... Ahora, ellas, las tres, lo esperan. El viajante prometió volver. Pasaron días, semanas y algún mes. Cada tarde, se asoman a la ventana las hermanas. La mayor sabe que no regresará. Censura la vigilancia de las otras. Pero su corazón también espera y se estremece. No puede olvidar lo que susurró el huésped en sus oídos esa noche. Se habían retirado las hermanas, la casa se sumió en silencio. Un reloj desgranaba su tictac. Crujió el suelo de madera y ellos, la mayor y el viajante, se encontraron en el pasillo... Al alba, regresó ella a su cuarto. Se apagaron una a una las estrellas. El viajante prometió volver. Le despidieron. El ruido de su coche se amortiguó al doblar la esquina de la calle. Pasaron días, semanas y algún mes. El tiempo entró en espiral de indiferencia.

Las hermanas menores desconocen la tragedia que atribula a la mayor. Ellas, simplemente, añoran la alacridad del invitado, sus jocundos ademanes, el que las hicieran pasar la tarde entera sin sentirla. Acabarán olvidándolo, sumidas en la rutina de la casa. Pero la mayor jamás podrá borrarlo de su mente. Su ausencia llena como el aire el ámbito doméstico. La mayor es fuerte, no se permitió una sola lágrima. Sin embargo, sufre y se va demoliendo su interior. Recrimina a sus hermanas que estén a la ventana, de donde tampoco ella, sin mirar, quiere apartarse. Se sabe abandonada, pero la esperanza la mantiene alerta. Oye el ocasional ruido de un coche. El corazón demora sus latidos... Falsa alarma. Las hermanas comienzan a aburrirse. Antes o después se distraerán de otra manera. La mayor no se conforma. Sin revelar su cuita a las otras, avizora de reojo al que le susurró cálidamente al oído. Aquella noche hasta el alba, en que se fueron apagando las estrellas...

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Dibujos publicados durante la década de 1950 en el diario Pueblo.
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