Rosalía y la ciudad oriental

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Cuando duerme la mujer –en este caso se llama Rosalía–, surge en la calígine del sueño una ciudad con minaretes y con cúpulas. ¡Ciudad sagrada y misteriosa, cuajada de pasadizos y ventanas, donde la huella de la mujer se evoca en cada esquina! El sol dora las agujas de sus torres, elevándose en un cielo intemporal. Esta urbe escondida es el refugio de la astuta Scherezada, que subyugara con cuentos al tirano. Miente Rosalía como mentía aquella embaucadora. Tiene que hacerlo porque su vida está en peligro. Rosalía –algunos la llaman Scherezada– duerme sobre colchón de agrestes hierbas, bajo la centinela de langostas que son el espíritu del sueño. El sereno latido de su pecho acompasa su inconsciencia. Se alejó de la casa. Buscó para desperezarse un lugar tibio de fronda en el que desplegar su fantasía. La llaman y no escucha: ¡Rosalía...! ¿Dónde se esconde esta muchacha? ¡Rosalía...! Las voces se difuminan en la tarde. Toma cuerpo la ciudad que pronto se llenará de pobladores y será escenario de int rigas y pasiones, de amores desdichados que provocarán crueles venganzas. Scherezada –algunos la llaman Rosalía– retomará cada noche ante el califa el hilo incesante de su historia, poblándolo de genios, camelleros, comerciantes, de mágicos ladrones, de alfombras voladoras y traidores de nariz aguileña en los palacios... Esos palacios que ella ha construido y en cuyos patios la risa cantarina de las fuentes se entrevera con el sollozo de los amantes clandestinos sorprendidos en su abrazo. Sale una cimitarra de su funda. Esto Rosalía no lo quiere. Pero su imaginación es tan potente como el río que corre subterráneo bajo el pálido desierto. La arena embeberá en un santiamén la sangre. El alfanje, vestido de rojo, volverá a su embocadura. Rosalía, llegado este punto, se quiere despertar: ha ido muy lejos. Es lo que tienen las ciudades orientales: su seducción y su embrujo cuestan caros.

¿Fracasará donde triunfó la narradora que, después de tantas noches, supo mover el corazón del triste rey? Rosalía se quie re despertar, pero no puede. Ha pasado a habitar en su ciudad. Esa noche, su padre, el visir, la presentará a petición propia al monarca. Es la única que puede frenar la hecatombe de doncellas. Scherezada –Rosalía– se va tranquilizando: conoce los anales del reino, las historias, las leyendas... Uno a uno, los irá desgranando ante el sultán. Tan sólo habrá de sondear su ánimo para escoger la narración idónea. Espiará la mínima impaciencia para adornar de portentos el relato. El ánima sombría de ese hombre, cuya crueldad diezma de vírgenes el reino, se saciará de maravillas. Sentada en la alfombra ante el monarca, abre la mujer sus labios. "Había un mercader en un país, en otros tiempos..." Rosalía –Scherezada– ha pasado a vivir siempre en su sueño.

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Dibujos publicados durante la década de 1950 en el diario Pueblo.
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