Sin título

1960 - Punta seca 150 X 125

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Soy, de las tres, la que vierte al papel los pensamientos. El temor, la pena, la esperanza... pasan por mi tamiz antes de tomar forma en palabras. Mi tarea no es fácil. El menor descuido puede provocar una catástrofe. Desde mi torre de marfil –cualquier cosa, menos plácida: os lo aseguro–, he visto salpicar la sangre sobre el verde esmeralda de los prados; a mis oídos llegó el terror y la agonía de firmes caballeros que se agotaron en la lucha. ¡Hubiera querido no contar su historia! Por eso, he aprendido la cautela. Mis compañeras se disponen a empezar. Una nota de violín acompañará la primera pincelada. Yo aún reflexiono y acaso aguardo la inspiración, esa engañosa melodía de la que conviene no fiarse demasiado. Otras veces la escuché, dejándome arrebatar por su elocuencia. ¡Craso error! Lo que se escribe ya nunca jamás puede borrarse. De mi equivocación, de mi debilidad, provienen daños. Mis renglones han de ser bien meditados. ¿Lo diré...? Sí, me atrevo a confesarlo... Hasta el presente, no he trazado mi caligrafía en el papel. Tampoco mis amigas han invocado su pericia, pero son más decididas... o su labor consiste en precederme. Ha llegado la ocasión solemne. En seguida, sonará la música y manchará el color el lienzo. Yo, todavía, aguardaré.

Quisiera escribir una balada, un poema de amor, un estribillo que acompañe a los niños en sus juegos. Pero tengo miedo... El gato acecha, sirve de emisario a un negro duende. Mi hermana, la que pinta, lo mira de reojo. Hará su retrato. Si logra capturar el alma, neutralizará su influjo. El violín procurará con su gemido que baje el animal la guardia, quizá se duerma... Entonces, cuando ellas rompan con su trabajo el sortilegio, podré comenzar esta cuartilla. Dependo de las dos, y ellas de mí. Servirá de poco nuestro acuerdo si vacilo: mi crónica se tiene que escribir a cualquier precio. Lo hemos hablado. Es importante parecer serenas. Vuelvo a afirmarlo: siento angustia... Ellas también, pero me admira el dominio de sus nervios. Debo imitarlas. No seré y o quien impida romper estas cadenas. Mi corazón se ha detenido... ¡Angustioso instante en que todo está por decidirse! El más leve titubeo y nos habremos perdido para siempre... ¡Pero atención! En cuanto se oiga la primera nota y pierda su blancura virginal el lienzo, será el momento para mí. Inclinando mi cabeza –he tomado la precaución de sujetar mis bucles–, desgranaré, letra a letra, mi mensaje. He esperado para esto. Las tres hemos refrenado la paciencia. Si lo hacemos bien –me estremezco de que ocurra lo contrario–, habrá rendido cada cual su fruto. ¡Atención! Ya se apoya el arco del violín sobre las cuerdas, descansa el pincel sobre la tela... Juntas, descorremos el telón... En un segundo, se habrá decidido la cuestión...

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